JOSÉ ANDRÉS ROJO - Madrid - 15/12/2007
En tiempos de corrección política y de blandura moral, Élie Barnavi ha publicado un panfleto. Desde la misma advertencia, que sirve de prólogo a las poco más de 100 páginas de Las religiones asesinas (Turner), habla de guerra, llama a la acción, señala al enemigo, exige romper esta tibieza y anomia que caracteriza a las sociedades occidentales actuales, y procura sacudirlas para que tomen conciencia de que corren malos tiempos para la libertad. Defender el laicismo frente a la emergencia y belicosidad de los fundamentalismos religiosos violentos ya no es sólo una opción recomendable. Es una urgencia: lo que está en juego es el porvenir de nuestros hijos.
Nació en Bucarest en 1946, emigró a los 15 años a Israel, estudió allí Historia y Ciencias Políticas. Ha sido embajador de Israel en Francia entre 2000 y 2002 y director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Tel Aviv. Autor de numerosos libros de análisis político, es ahora director científico del Museo de Europa de Bruselas y con su reciente panfleto ha vendido ya en Francia 26.000 ejemplares. Recuerda con admiración, por su lucidez para vislumbrar el futuro, a Malraux, que dijo que "el siglo XXI será religioso o no será" y afirma con rotundidad que empiezan a estar en juego nuestras libertades. "No me gusta referirme a la libertad en abstracto, prefiero hablar de libertades. La de ir y venir, la de hablar de cualquier cosa, la de pensar lo que quieras, incluso la de hacer caricaturas ofensivas. Todo eso está en peligro".
"Quizá sea un peligro que ahora resulta todavía difuso", añade Barnavi. "Pero lo mismo pasó el siglo pasado cuando irrumpieron el nazismo o el comunismo. Los fundamentalismos religiosos que se convierten en ideologías políticas totalitarias tienen exactamente el mismo peligro". Y hay que defenderse. ¿Cómo? Reivindicando lo que es propio de Occidente, el laicismo, la democracia, los derechos humanos, la herencia de la Ilustración.
Las religiones asesinas tiene un tono pedagógico, y al tiempo exigente. Son nueve tesis. Cada una de ellas pretende profundizar en las distintas cuestiones que han saltado al debate público desde que la amenaza del terrorismo islamista se fue concretando en su diabólica cadena de atentados. No hay una sola religión, comienza explicando, son muchas y en ellas hay distintas iglesias y corrientes. Cualquier religión es política, tiene vocación de poder. Poco a poco va afinando y se centra en las tres grandes religiones, las que tienen un corpus de textos sagrados a los que referirse. Trata de los fundamentalismos de cada una de ellas que, en principio, podían quedarse en meras curiosidades. Y va llegando al grano: hay un momento en que determinados fundamentalismos se convierten en revolucionarios. Consideran que tienen derecho de servirse de la violencia para imponer su lectura de los textos sagrados a los impíos. Quieren conquistar el poder, imponer su verdad, borrar toda disidencia.
"Lo que ha ocurrido en el mundo árabe-musulmán es que se ha revelado incapaz de conquistar la modernidad", comenta Barnavi. "Ha probado en distintos lugares y momentos el laicismo, el socialismo, el nacionalismo... Nada terminó de funcionar bien. Así que ha vuelto la vista atrás, hacia su gloria pasada, y han decidido convertir su religión en ideología de combate. No hay margen para otras cuestiones, la religión se convierte en el único referente, y no hay diálogo posible".
Barnavi reconoce que, del mismo modo que el fundamentalismo islamista ha ido ganando adeptos, también en Israel hay sectores que reniegan del talante secular que fue dominante al principio del sionismo, y adoptan posiciones mesiánicas y radicales. "El catolicismo, en cambio, ya no puede ser hoy un fundamentalismo revolucionario. Lo fue, y de qué manera, en tiempos de Felipe II con la Liga Santa. Pero con el tiempo, y con la separación entre Iglesia y Estado que se consiguió gracias a la influencia de la Ilustración, es inconcebible que pretenda imponer su verdad de manera totalitaria. Bush puede recurrir a la religión para apoyar su causa, pero no es comparable con Bin Laden, que ha hecho del islam un arma totalitaria".
Barnavi llama la atención sobre la tentación de simplificar. "La mayor parte de las víctimas del fundamentalismo islamista son los propios musulmanes", dice. Le obsesiona, sobre todo, la actitud de Occidente. "Es la primera civilización que aprende a dudar y a cuestionarse a sí misma. Y a veces parece que dimite, que es incapaz de defender sus valores. Por eso hay que buscar un acuerdo de todos en torno al laicismo, y luchar por las libertades que tanto costó conquistar".