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Emito mis alaridos por los techos de este mundo

“Emito mis alaridos por los techos de este mundo”
No ofrezco resistencia al pensamiento discordante,
me dejó fluir y se me agarrota la lengua
si encuentro cobijo.
Me enajena la belleza del mundo ausente de ti
y pienso en el contigo y en el nosotros.
en el paso vacio y en el esfuerzo que pasa y se posa,
y pesa.
En el muro de palabras, pienso especial en inglés
huelo las maravillas de un mundo al porvenir, al más alla, al después, al nunca
y me borro del luego.

“Emito mis alaridos por los techos de este mundo” dijo el poeta
y agradezco a los vecinos su paciencia.

Pensamiento rumiante

Darle vueltas sin parar a aquello que nos preocupa no sólo no sirve de nada, sino que es dañino y causa fatiga emocional. Para salir del bucle existen técnicas que funcionan siempre que seamos persistentes

KARELIA VÁZQUEZ 08/01/2010 EL PAÍS

Haga usted lo que haga y esté donde esté, siempre acaba pensando lo mismo. Ha dedicado al asunto, llamémosle X, el tiempo y la energía equivalentes a una tesis doctoral. Sólo que no ha logrado título alguno; tampoco ha conseguido avanzar ni emprender nada nuevo. Está atrapado. Los psicólogos se refieren a este estado con el término de pensamiento rumiante. Es tan gráfico que no requiere más explicaciones.

Cuando se está en modo rumiante, se lleva esa bola X -que cada vez se hace más grande- de un lado a otro, se amasa, se nutre con nuevas ideas, se pasa a otro lado de la cabeza, se rumia un poco más, y cuando se cree que al fin va a ser expulsada, nos la tragamos otra vez. Lo peor es que mientras se rumian asuntos del pasado o elucubraciones de futuro, el presente -lo único real- pasa veloz delante de nuestras narices.

El psicólogo Xavier Guix asegura en su libro Pensar no es gratis (Granica, 2009) que cavilar demasiado no resulta ni siquiera barato. Nos hace gastar tiempo y energía: una inversión que puede ser inteligente o desastrosa. ¿Qué se hace cuando una inversión es equivocada? Se liquida y se busca un plan B. ¿Por qué una solución que vemos tan clara en asuntos económicos se nos escapa en otros aspectos? ¿Por qué nos cuesta tanto pasar página y parar de dar vueltas? "Rumiamos para entender nuestras emociones y nuestra relación con los demás", explica Guix. "Somos seres narrativos y necesitamos contarnos las cosas para que tengan sentido", agrega.

Pero ¿cuál es el coste de rumiar?: en primer lugar, se gasta glucosa, el combustible del cerebro. Cuando alguien dice que está agotado de pensar, es literal. Además, estos pensamientos generan y despiertan distintos estados de ánimo. "Al pensar influimos en nuestra química cerebral, y los pensamientos no son neutros, porque están construidos con imágenes, sensaciones y voces que actúan como estímulos para nuestros estados internos. Es así como podemos alegrarnos o destrozarnos el día, a golpe de pensamientos", asegura Xavier.

Las mujeres rumian más, lo que las hace, en opinión del psiquiatra Jesús de la Gándara, más vulnerables a las crisis. También son más flexibles y rápidas buscando la salida de emergencia y la solución, apunta el experto. "El fenómeno tan femenino de darle mil vueltas a todo aumenta la permanencia de los problemas en la conciencia y causa fatiga emocional. Nos perturba más la opinión que tenemos sobre lo que nos pasa que el hecho en sí mismo", dice Gándara. Otros psicólogos señalan que el hábito de las amigas de reunirse y tener largas controversias y debates acerca de lo que les pasa es un refuerzo emocional de gran valor, pero echa más leña al fuego y no ayuda a olvidar. Cuanto más se nutre la obsesión, más fuerte se hace y más espacio ocupa en la mente.

"Lo curioso del pensamiento circular es que lo que hacemos para resolver el problema se acaba convirtiendo en el auténtico problema. Por ejemplo, si cada vez que estoy 'pillado' busco refugio en los amigos, les lleno la cabeza con mis angustias y agoto sus energías, lo más normal es que me quede sin ellos. Lo que antes era una solución se ha convertido en un problema", aclara Guix. El objetivo es entonces parar de dar vueltas. ¿No se supone que el ser humano es una máquina de olvidar? Sin embargo, cuando se está en medio del mare mágnum no resulta fácil. "Una de las funciones de la mente, en concreto de la memoria, es ayudarnos a sobrevivir, a no repetir situaciones que en el pasado nos han hecho sufrir o nos han traumatizado", apunta Xavier Guix.

Pero como el hommo sapiens es también un animal contradictorio, usa el mismo mecanismo contra sí mismo y se queda demasiadas veces atrapado en lo que pasó o perplejo ante lo que pueda venir. Parar puede servir, entre otras cosas, para preguntarse: "¿Para qué estoy utilizando mi pasado?". "El pasado puede servir para justificarse, para crear una identidad o para ahondar en la adicción a determinados estados de ánimo a los que nos hemos acostumbrado", explica el psicólogo.

Salir del pensamiento rumiante requiere un esfuerzo. No va a ocurrir por casualidad. Si la persona se deja llevar, volverán los mismos pensamientos de siempre. La clave está, según Xavier Guix, en poner una distancia cada vez mayor entre el pensamiento y el pensador. "Si vivo identificado con lo que pienso y siento, no hay nada que hacer. A medida que somos capaces de observar el proceso de ida y venida de nuestros pensamientos nos damos cuenta de su fugacidad. Al poderlos observar, tenemos más capacidad para intervenir en ellos y decidir dónde ponemos la atención".

Las llamadas técnicas de parada de pensamiento no sólo existen, sino que, además, funcionan. Con dos condiciones: persistencia y disciplina. Se trata de una herramienta para interrumpir el diálogo negativo que las personas mantienen consigo mismas y que genera emociones desagradables. El primer paso es identificar el malestar, saber cuáles son los pensamientos o la secuencia de pensamientos "malditos". Algunos expertos recomiendan incluso que se verbalicen en voz alta. Se trata de identificar exactamente lo que hace daño y, entonces, buscar otra actividad para interrumpir esta cadena de pensamientos. Otros psicólogos recomiendan que se escoja "un estímulo de corte", es decir, un estímulo intenso que se pueda producir a voluntad y permita dejar de pensar (un ruido fuerte, una palmada, un "¡basta!"). La psiquiatra clínica Elena Borges invita a cambiarse físicamente de lugar, a irse a otra habitación, por ejemplo, o a iniciar una conversación con otra persona. "Hay que entrenar la atención y ser capaces de dirigirla hacia donde queremos, y no a la inversa", recomienda Guix.

Viajar con el piloto automático puede ser muy cómodo, pero deja a la persona en manos de sus hábitos mentales, y ya se sabe dónde puede llevarles esto. Estar haciendo mil cosas a la vez -la famosa multitarea- sin concentrarse demasiado en ninguna tampoco ayuda. La mente seguirá su chachareo habitual mientras no esté ocupada del todo.

Justamente en ocupar la cabeza a conciencia descansan las técnicas de la psicología moderna. Una de ellas es el mindfulness ("atención y conciencia plena del momento presente"): una teoría muy de moda repescada, cómo no, del budismo zen. Consiste, según explica Xavier Guix, en "estar en el presente y atento a la experiencia, pero sin precipitarnos en poner etiquetas". Es decir, concentrarse en los hechos, aceptarlos y no liarse a juzgar o a hacer interpretaciones.
Guía para controlar el runrún

Según el método de Xavier Guix:

1. Hacer dos o tres respiraciones profundas.

2. Puede cerrar los ojos, pero no es estrictamente necesario.

3. Concentre su atención en la respiración. Aparecerán pensamientos y emociones. Déjelos pasar. Imagine que coge ese pensamiento y lo traslada fuera de su cuerpo. Hay quien prefiere contar del cien al cero para alejar los pensamientos invasivos.

4. Cuando se sienta centrado, dirija la atención a las imágenes externas e internas que ve. Contémplelas sin más.

5. Luego haga lo mismo con los sonidos.

6. Después repita el esquema con las sensaciones corporales.

7. Finalmente, centre la atención sólo en su cuerpo y su respiración.

8. Procure estar en silencio el máximo de tiempo posible.

domingo

correo de una leona

Buenas, esto me lo he encontrado en el buzón de casa, traído de tierras no muy lejanas, donde ahora se aloja el frío mas polar de todos; aguanta valiente!!! la bufanda hasta arriba!!!Como ella muy bien me dijo, esto viene a ser la visión ajena de un problema común, uno de esos que sale en los debates de sala de estar, tantas de tantas reflexiones con la luz del flexo como testigo. Tantas y tantas reflexiones que nunca nos llevan a nada pero que hay que sacar a pasear de vez en cuando.

Esto va, como todo, sobre las dificultades y mieles de la vida ... sobre el dificil y fugaz equilibrio. VA POR USTED! Ojalá este nuevo año nos traiga menos desequilibrios y nuestra tan deseada anormalidad controlada.

LA OPINIÓN DEL LECTOR. diario de león

Vida normal 08/01/2010

Tribuna | María Dolores Rojo López

La conclusión de estas fiestas navideñas termina alegrándonos a todos. Entramos en ellas con actitudes muy diversas. La mayoría de nosotros tal vez sintamos que son una oportunidad desastrosa para hacer presentes los vacíos, las ausencias, las diferencias y hasta el arrebato de sucumbir a las tentaciones que uno tanto evita durante el año. Muchos, las iniciamos con deseos previos de que terminen pronto y podamos restablecer nuestro ritmo normal de vida para recuperar esa monotonía que nos instala, de nuevo, en la seguridad y comodidad que conceden las rutinas. Después de desearnos felicidad hasta la saciedad, en todas las formas posibles, comenzamos el mes de enero olvidando estas fórmulas de obligada cortesía que se instalan al final de año y retomando el día a día con la misma actitud que teníamos antes de entrar en las fiestas navideñas. Volver a la oficina, al banco, a las clases o a cualquiera de las actividades que ejercitemos se convierte en un escape agradecido ante tantos brillos y burbujas, ante desilusiones repetidas con la suerte de los números y sobre todo, ante nuestros propios deseos de restablecer el orden en la mesa y en el merecido descanso nocturno.

Las soledades vuelven a tomar posesión en la vida de muchas personas. Las multitudinarias reuniones familiares dan paso a vacíos conocidos y la sensación de orfandad vuelve con fuerza tras las despedidas y el silencio de las risas infantiles que han iluminado mejor que nada, este tiempo diferente. Estamos acostumbrados a nuestros rincones, nuestras rutinas hechas hábito, a la frenética actividad salpicada, unas veces, de intervalos anárquicos de descanso, a las claridades y oscuridades de nuestro día y a un sin fin de aspectos enteramente creados por y para nosotros a los que no estamos dispuestos a renunciar. De la soledad impuesta, se pasa muchas veces a la soledad elegida o a esa especie de soledad en compañía en la que nos posicionamos para sobrevivir a cada circunstancia adversa. Tendemos a aislarnos cuando no nos sentimos compre ndidos, cua ndo nuest ra opinión deja de ser importante para el otro, cuando la toma de decisiones comienza a ser unilateral o simplemente cuando no encontramos reciprocidad en aquello que nos emociona y, sin embargo, deja insensible al resto de los que están compartiendo nuestra intimidad.

Posiblemente, lo mejor que tiene el comienzo de un nuevo año es la reflexión a la que estamos tentados al final del que termina. Valorar lo positivo y perdonarnos los errores se convierte en un ejercicio de reconstrucción de la autoestima capaz de recomponer el ánimo ante nuevos comienzos. Los propósitos de vencer a los hábitos que nos tiranizan, la voluntad de mejorar nuestra formación o la decisión de emprender nuevos derroteros se erigen una vez más, en la mejor bandera para asomarnos al primer día del año. Y tras él, nuevamente nosotros con todos los fantasmas que tanto cuesta vencer.

La dificultad de vivir en una sociedad tan compleja en cuanto a las relaciones humanas y tan materialista y cuantitativa, en relación a las posibilidades monetarias, agravan por momentos la armonía privada a la que todos queremos llegar con nuestros propósitos navideños. El sufrimiento moral y social, más patente hoy que nunca entre los ciudadanos normales, ya no es privativo de quienes padecen alteraciones emocionales serias o enfermedades psiquiátricas específicas. Todos sufrimos de una forma u otra o tenemos la sensación de que así lo hacemos. De ahí, el empeño por elaborar un list ado de propósitos para que al menos, en lo que dependa de nosotros, podamos ser felices. La única realidad tangible y eficaz es que el cambio de las situaciones y personas nunca se va a operar a nuestro gusto o necesidad y que lo único posible es, ciertamente, que si queremos que la realidad que nos circunda se modifique, debemos comenzar a operar las transformaciones en nosotros mismos. Otra forma de juzgar lo que nos sucede, nuevas valoraciones acerca de cómo sentimos y reaccionamos sobre lo que acontece, diferentes posicionamientos ante lo que nos disgusta o molesta y una variación cualitativa que relativice nuestros males va a permitir que verdaderamente nos instalemos en el año que comienza con la seguridad de no seguir siempre las mismas rutas si queremos llegar a lugares distintos.

Vivir el momento presente, el aquí y el ahora, no garantiza la felicidad pero al menos evita la dispersión de la mente y su empecinamiento en volver a recrear lo que ya no se puede cambiar. Tal vez, nuestra vida sea la sucesión de un gran cúmulo de aprendizajes realizados a partir de lo que aquello que más nos ha dolido; posiblemente, las experiencias fracasadas hayan servido tantas y tantas veces de referencia a la hora de mejorar, que se han convertido en el resorte de nuestro crecimiento interior dándonos la medida de nuestra valía. Este conocimiento de uno mismo es necesario si queremos iniciar un tiempo nuevo con nuevos proyectos o incluso, lo es también si ni siquiera estamos seguros de querer cambiar pero apostamos por sentirnos a gusto con nosotros mismos a pesar de las personas y circunstancias que nos rodeen.

Estamos demasiado acostumbrados a abusar de la palabra. Derrochamos oratoria y ahorramos silencios. Nos convertimos, con demasiada frecuencia, en protagonistas atolondrados de nuestra propia historia e incluso queremos serlo de las ajenas en vez de comportarnos como sabios observadores capaces de discernir el exceso del defecto. Renunciar a la gran necesidad de la aprobación externa equivale a valorar nuestros propios juicios sobre los demás y ante todo, a conquistar la merecida libertad que como seres humanos debemos gozar. La peor lucha es la que uno establece consigo mismo porque la víctima o el verdugo, en cualquier caso, siempre somos nosotros. Los viejos sufrimientos nos llevan a revivir sucesivamente antiguos padecimientos que debemos superar. Hemos de rescatar del pasado, solamente, el aprendizaje de no volver a repetir los errores y confiar en nuestro sabio interior para utilizarlo en nuestro provecho viviendo el presente como un inmenso caudal de oportunidades de mejora y felicidad.

La propuesta principal de cambio, para este año que comienza, sería superar los miedos que se anclan en la memoria para sustituirlos por la seguridad de vivir en equilibrio inteligente con nuestro entorno y con nosotros mismos.

lunes

¡Qué le vamos a hacer!

Y ahora,
con el alma vacía como tantas
veces,
contemplo el lento paso de los días
que me empujan no sé hacia qué destino
oscuro, presentido
ya sin curiosidad. Es aburrido
saber y no saber, equivocarse
y acertar. También estar seguro
es tan insoportable en muchos casos
como dudar, como ceder, como desmoronarse.

Seguro, a salvo, ahora
que ya pasó el dolor,
observo la zozobra lo mismo que una estela
fundida a mis espaldas
con el espeso limo
de los sucesos cotidianos, dados
-antes de ser recuerdos-al olvido.
La indiferencia ante la propia suerte

no es mejor compañera que la angustia,
ni mi sonrisa
(cuando el azar nos pone,
viejo amor,
frente a frente)
representa otra cosa que la ausencia
de algún gesto más justo
para significar la seca, dolorosa,
irreparable pérdida del llanto.


Ángel Gonzalez

viernes

hoy

el gran tute

el gran tute
y la vida al desnudo