miércoles

La normalidad

Desde principios del verano pasado, al menos coscientemente, vengo madurando algunas ideas sobre las relaciones humanas. Siempre me pareció curioso la expresión "de la otra acera". Hay pocos asuntos en los que la gente se resbale con más velocidad hacia los extremos radicales como en el tema afectivo. Todas las personas tenemos que estar colocadas en tal o cual casilla, como si de un parchis sentimental se tratara y uno no pudiera salirse del tablero o redibujarlo. No solo debe una ser una sola cosa meridianamente trasparente y de etiqueta intachable sino que además, las combinaciones que cada cual hace con tal o cual persona deben estar igualmente definidas en su principio y sobretodo en su fin.
Cuando vas con un amigo por la calle y te encuentras con otro por sorpresa, debes poder decir en un balbucear casi eléctrico " este es mi amigo fulanito" porque si dijeras "este es fulanito", sin casilla en el tablero, sin previo aviso, se deduciría automáticamente que dicho fulanito y tú os habéis visto en pelotas e incluso os habéis acariciado y frotado uno con el otro con premeditación, ya me entendéis.
Este consenso de nuestra sociedad lo frecuentamos todos, porque toda la humanidad somos una panda de cotillas. Tenemos hambre de saber pero no solo de lo nutritivo sino también queremos saber de tipo " grasa saturada ". Queremos los melodramas ajenos, las complejidades, las rarezas, para sentirnos menos melodramáticos, menos complejos y menos raros o todo lo contrario y poder así justificar lo mal que nos trata el destino respecto a lo sencilla que les resulta la existencia a unos pocos privilegiados y paradigmáticamente inalcanzables. Una vez que te enteras de que alguien se ve con otro, comienza un proceso en el cual vas adquiriendo datos pequeños, minucias normalmente, que observas o que te cuentan y que van componiendo tu opinión sobre esa persona, y sobre la pareja que forma con la otra: son amigos, se gustan, se enrollan, se han enrollado, se enrollaron una noche, uno quiere al otro pero el otro no le quiere, viceversa, no lo saben pero se gustan, ya verás te lo digo yo y así mil y una opciones de lugares comunes socialmente transitados y reconocidos como normales. Como leí hace poco a Rosa Montero con el tiempo he descubierto que la normalidad no existe; que no viene de la palabra normal, como sinónimo de lo más común, lo más abundante, lo más habitual, sino de norma, de regulación, de mandato. Es decir, mi relación con cualquier persona de mi entorno debe tener un objetivo, un fin reconocible y asumible socialmente. Debe ser algo concreto y lógico. Nada de volverse loca y cambiar de orientación sexual, y ni hablar de añadir orientación sexual, nada de pruebas, nada de dudas, nada de indefiniciones ni evoluciones. Hemos sido educados y programados así y según escribo esto voy pensando que yo funciono así con los demás en muchos casos. Lo critico pero lo he practicado. Quiero parejas, quiero amigos de la infancia, gente que se está conociendo, gente promiscua, gente tímida, apáticos, lastimados por amores anteriores, gentes de bien y como Dios manda, quiero casillas y quiero aceras. No las quiero para mí ni se las deseo a nadie pero lo cierto es que las llevo dentro y he tenido que luchar contra ellas. 

Según entraba por la puerta de casa me he dado cuenta de que verdaderamente he conseguido interiorizarlo y hacer que se esfumen en mi interior esas dichosas casillas. Me dá igual lo que sea de mis relaciones y, sobre todo, lo que opinen de ello (lo que no quiere decir nada en concreto pues igual la vida y yo acabamos casados con un marido y churrumbeles). A partir de hoy y después de todo un año de ir adquiriendo datos pequeños, minucias normalmente, que he observado y que me han contado he redibujado mi tablero y he dejado una gran parte en blanco pues la conclusión a la que he llegado es que el gran avance de este principio de siglo, la gran revolución de la humanidad es esa: las nuevas familias, los nuevos sexos, las nuevas uniones entre personas, los nuevos grupos y núcleos de afectos,...y desde hoy en mi mente a ese respecto las casillas están por hacer y cada cual con su tablero.

viernes

El equipo

¡Que complicadas son las parejas!¡qué complicada es la convivencia!¡Qué complicada es la vida!

Mi padre ha sentido durante muchos años, seguro que demasiados, el peso de la economía familiar sobre sus espaldas. Cuando la economía general era un señor obeso, engordado a base de mala alimentación y mucho carbohidrato, nuestra familia y mi padre gozaban de ese dinerillo extra que nos permitía vivir holgadamente. Ojo que mis padres nunca se han ido de vacaciones todos los años, solo han salido de España un par de veces y dejaron de ir al cine asiduamente allá por los setenta cambiando las pequeñas y humeantes pantallas de arte y ensayo por los cinexines y las pelis de disney con palomitas. Pero lo cierto es que la burbuja inmobiliaria nos llevo flotando un par de años para luego explotar y precipitarnos hacia el suelo en caida libre. 
Mi madre, por su parte, sin acabar la carrera, una mujer válida como la que más y además mi madre, tras perder su último trabajo por quiebra de la empresa y con mi hermano en edad de necesitarla aplicó toda su capacidad, efectividad y gusto por la perfección a las labores que quedaban disponibles en el equipo; las chungas, las de los pringados, las tareas de la casa. Ese basto paréntesis donde cohabitan mil y una obligaciones y minucias tan perniciosas como fundamentales que van minando tu intelecto, tus capacidades, tu autoestima, en fin, tu persona cuando haces de ellas tu única habilidad y tu destino.
Mi padre y mi madre son muchas cosas, muchas cosas maravillosas, pero también son esto. Y cuando esa burbuja explotó y la familia se empotró contra el suelo fue este, entre todo el facetado de aromas que tiene el equipo papa-mama, el retrato que colgamos en la pared y que desde entonces no hace más que salir de paseo en nuestra convivencia. El fantasma de la casa.

Una vez que ya no formas parte del equipo. Una vez que hay algo que haces tú y solo tú, que no entiendes que eso que haces aplicándote con todo tu tiempo y capacidad es gracias a que otro quita de tu vista las cotidianidades (no todas, pues la higiene personal y los desechos siguen siendo de autogestión necesaria), en ese momento de cambio de rumbo se rompe la magia de la pareja, el sentido mismo de la compañía, y la familia se desmorona. Pues ahí no hay ni siquiera un fin compartido más allá de la supervivencia y eso no deja de ser un instinto sin sociedad ni evolución ni comunidad ni pitos ni flautas. Es un animal herido.

Y todo esto porque hace un momento he mirado a mi padre con odio por primera vez en mi vida. Le he mirado así porque ha torpedeado a mi madre y mi madre es una dama. Mi dama. Cuando he llegado a los pies de este ordenador he llorado por mirar así a mi padre, al que adoro y le he pedido al silencio de mi mente que alguno de esos amigos que ya no tiene le pegue ese bofetón necesario y le recuerde los fundamentos de la vida. Esos que él y mi madre en algún parque, exposición o concierto me fueron enseñando con amor, respeto y esfuerzo y que ahora mis ojos empapados en la rabia le reclaman.

lunes

Sobre la música descansó la belleza

Acabo de terminar de leer un libro sobre la música como discurso sonoro y pasa que no tengo ni idea de nada y soy tremendamente feliz y soy angustia por la falta de tiempo que la ignorancia descubre.

Yo soy íntima de la música pero no recuerdo cómo. No creo que nadie guarde ese recuerdo aunque debió de ser mágico en cada una de las ocasiones. La primera vez que siendo niño tu tímpano vibra al recibir las ondas que provienen de la pared que rebota el sonido que sale de un bafle que vibra lo que una aguja apoyada en un disco de plástico rugoso recordó que alguna vez fue la filarmónica de Berlín tocando en los estudios de la Jesus-Christus-Kirche construida en 1930 por Jürgen Bachmann en el barrio de Dahlem, Berlín (Alemania). A su vez, ellos graban algo que otro señor siglos antes, en un mundo anterior, con gente anterior ideó y plasmó, interpretó. Algo que ese Joseph o Wolfgang quiso transmitir. Hay muchas capas superpuestas en la música, muchas lecturas sucesivas, muchas claves. Hay sonidos, símbolos, metáforas, armonías, figuras, efectos, líneas, dinámicas, piezas, ritmos, pasajes, ...El oído es su mayor seguidor pero el gran intérprete es el cerebro humano.

En este libro que leí habla del periodo presente como el único en la historia en que se representa música de siglos anteriores. Habla del historicismo mal entendido, de las aberraciones en pos de la fidelidad, de perderle el miedo a lo antiguo y respetarlo como un ser vivo, porque no puedo imaginar algo más vivo que la música. La música es instantánea y fugaz como los momentos sucesivos en que tu emoción la recorre.
Habla del cambio que supuso la revolución francesa y con ella los conservatorios de música. Las reglas y las pautas. Las transcripciones.
Habla brevemente del alumbramiento de la ópera. De la pugna entre italianos y franceses. De Lully y de Romeau. De Purcell y la sobriedad inglesa. De la danza, de las danzas populares, del nacimiento de la suite, de la transición al clasicismo, de la pobre viola de gamba y su guapo hermano pequeño el violín. De la trompa, del bajo continuo y de las primeras polifonías, de doblar voces, de los tipos de canto y los recitativos.
No recuerdo casi nada; pasé por las letras de descubrimiento en descubrimiento deborando hoja a hoja pero apenas recuerdo uno o dos detalles. Solo sé que el pozo se ha hecho más hondo, la admiración ha crecido y se ha ensanchado la lágrima de la emoción.

Hace unos días veía una película en la que una de las protagonistas hablaba del vino como un ser vivo que seguía vivo en la botella. (En alguna de las reflexiones del libro me vino a la mente esta película). Una botella que hablaba de la gente que vivía en una tierra y cultivaba la vid, la recogía en un año en un mes en un momento en que sucedían cosas en que hacía un tiempo determinado con la gente en cierto estado de ánimo. Luego se trabajaba y se embotellaba y ahí seguía viva, madurando todo aquel instante, haciéndolo perdurar como tal y a la vez dejándolo evolucionar y mutar a través del tiempo.

Algo me pasa con la música. La entiendo mucho y me es totalmente ajena al mismo tiempo. Sé discernir cuál de las interpretaciones de una misma pieza es mi preferida, la que más me perturba y sé decir el porqué pero no sé decir cómo lo sé. Consigo separar uno o dos , a veces más, instrumentos en una canción y seguirlos a través de la música. Desde que recuerdo, canto vocecillas mientras canta la voz principal de esas horteradas que en el fondo me gustan de DIVAS de los noventa y señoras respetables del jazz de antaño. Y sigo pensando, secretamente, como lo pensaba hace unos años que esa forma negligente de amor, amor en estado de desconocimiento, amor mágico, platónico, es el más bello y a la vez el más vacío de los amores. Y tengo miedo. Tengo enormes ganas e igual de enormes miedos pues enormes son los pasos que me quedan por profundizar para intentar abarcar y conocer lo suficiente la ubérrima existencia de ese instante embotellado que es la brizna musical.


el gran tute

el gran tute
y la vida al desnudo