¡Que complicadas son las parejas!¡qué complicada es la convivencia!¡Qué complicada es la vida!
Mi padre ha sentido durante muchos años, seguro que demasiados, el peso de la economía familiar sobre sus espaldas. Cuando la economía general era un señor obeso, engordado a base de mala alimentación y mucho carbohidrato, nuestra familia y mi padre gozaban de ese dinerillo extra que nos permitía vivir holgadamente. Ojo que mis padres nunca se han ido de vacaciones todos los años, solo han salido de España un par de veces y dejaron de ir al cine asiduamente allá por los setenta cambiando las pequeñas y humeantes pantallas de arte y ensayo por los cinexines y las pelis de disney con palomitas. Pero lo cierto es que la burbuja inmobiliaria nos llevo flotando un par de años para luego explotar y precipitarnos hacia el suelo en caida libre.
Mi madre, por su parte, sin acabar la carrera, una mujer válida como la que más y además mi madre, tras perder su último trabajo por quiebra de la empresa y con mi hermano en edad de necesitarla aplicó toda su capacidad, efectividad y gusto por la perfección a las labores que quedaban disponibles en el equipo; las chungas, las de los pringados, las tareas de la casa. Ese basto paréntesis donde cohabitan mil y una obligaciones y minucias tan perniciosas como fundamentales que van minando tu intelecto, tus capacidades, tu autoestima, en fin, tu persona cuando haces de ellas tu única habilidad y tu destino.
Mi padre y mi madre son muchas cosas, muchas cosas maravillosas, pero también son esto. Y cuando esa burbuja explotó y la familia se empotró contra el suelo fue este, entre todo el facetado de aromas que tiene el equipo papa-mama, el retrato que colgamos en la pared y que desde entonces no hace más que salir de paseo en nuestra convivencia. El fantasma de la casa.
Una vez que ya no formas parte del equipo. Una vez que hay algo que haces tú y solo tú, que no entiendes que eso que haces aplicándote con todo tu tiempo y capacidad es gracias a que otro quita de tu vista las cotidianidades (no todas, pues la higiene personal y los desechos siguen siendo de autogestión necesaria), en ese momento de cambio de rumbo se rompe la magia de la pareja, el sentido mismo de la compañía, y la familia se desmorona. Pues ahí no hay ni siquiera un fin compartido más allá de la supervivencia y eso no deja de ser un instinto sin sociedad ni evolución ni comunidad ni pitos ni flautas. Es un animal herido.
Y todo esto porque hace un momento he mirado a mi padre con odio por primera vez en mi vida. Le he mirado así porque ha torpedeado a mi madre y mi madre es una dama. Mi dama. Cuando he llegado a los pies de este ordenador he llorado por mirar así a mi padre, al que adoro y le he pedido al silencio de mi mente que alguno de esos amigos que ya no tiene le pegue ese bofetón necesario y le recuerde los fundamentos de la vida. Esos que él y mi madre en algún parque, exposición o concierto me fueron enseñando con amor, respeto y esfuerzo y que ahora mis ojos empapados en la rabia le reclaman.