lunes

esta tarde llegué tarde al pfc y me enroco en la noche



There's a crow flying/Black and ragged/Tree to tree/He's black as the highway that's leading me/Now he's diving down/To pick up on something shiny/I feel like that black crow/Flying/In a blue sky

I took a ferry to the highway/Then I drove to a pontoon plane/I took a plane to a taxi/And a taxi to a train/I've been traveling so long/How'm I ever going to know my home/When I see it again/I'm like a black crow flying/In a blue, blue sky

In search of love and music/My whole life has been/Illumination/Corruption/And diving, diving, diving, diving./Diving down to pick up on every shiny thing
Just like that black crow flying/In a blue sky

I looked at the morning/After being up all night/I looked at my haggard face in the bathroom light/I looked out the window/And I saw that ragged soul take flight
I saw a back crow flying/In a blue sky/Oh I'm like a black crow flying/In a blue sky

viernes

La delgada línea verde

La naturaleza ha encontrado un lugar en el que refugiarse del ataque del ser humano. Es la zona desmilitarizada de Corea, una franja que separa a dos hermanas en guerra y sirve para que vivan en paz especies en peligro

ZIGOR ALDAMA - Seúl - 19/06/2010 EL PAÍS

El paralelo 38 no es más que una de esas líneas imaginarias que, con la ayuda de los meridianos, permiten al ser humano ubicar un punto en el globo terráqueo. Pero, a su paso por la península de Corea, cobra vida y deja de ser un concepto sin consecuencias. Se convierte en una muralla infranqueable más propia de otros tiempos, en un desubicado trozo del Telón de Acero, que separa a dos hermanas técnicamente en guerra.

Al norte, el régimen estalinista de Kim Jong-il utiliza la hoz y el martillo para asegurarse de que los 23,5 millones de habitantes no sacan su cabeza fuera del mayor agujero negro político del planeta, cuya miseria económica y ambición militar han llevado a la continua deforestación del territorio. Al sur, el neoliberalismo más feroz ha creado uno de los tigres asiáticos que ruge con más fuerza y, en un cuarto de siglo, ha convertido a un país que por sus estadísticas podría estar en el África subsahariana, en un rival económico de Europa y Japón. A costa de un brutal proceso de urbanización y una polución en aumento constante que han llevado a la desaparición de casi el 40% de los mamíferos y el 60% de los anfibios.

Entre ambos países, no obstante, el paralelo 38 ha dibujado un curioso anacronismo. Sus 248 kilómetros de longitud representan la frontera con mayor presencia militar del mundo, considerada por la mayoría de los analistas militares como uno de los pocos elementos desestabilizadores capaces de enfrentar en un conflicto bélico a las dos grandes superpotencias: China, aliado tradicional de República Popular Democrática de Corea, y Estados Unidos, un país comprometido con la defensa de la República de Corea.

Ha despertado esos temores la reciente crisis de la corbeta surcoreana Cheonan, hundida por Corea del Norte el pasado 26 de marzo, según una investigación internacional, y que provocó la muerte de medio centenar de marineros. El zafarrancho de combate sonó en mayo a ambos lados de la frontera, y los dos ejércitos sacaron a relucir su artillería pesada en el mar Amarillo. No obstante, en medio de este bombardeo preventivo ha existido un lugar en el que solo se escuchaba el canto de las grullas: la Zona Desmilitarizada (DMZ, del inglés Demilitarized Zone), una franja de cuatro kilómetros de ancho que da cuerpo al paralelo 38 y en la que el ser humano no ha puesto un pie en las últimas seis décadas.

Las alambradas y las torretas de vigilancia que representan el odio humano han sido, curiosamente, las que han creado un paraíso natural sin parangón en la Tierra. Es la delgada línea verde en la que se refugian algunos de los últimos especímenes de animales que ya no pueden verse en ninguna otra parte. Aunque no existe ningún estudio realizado in situ, el Programa Medioambiental de Naciones Unidas (UNEP) y varias ONG aseguran que aquí perviven todavía el leopardo del Amur, del que solo queda una treintena de ejemplares en Rusia; la grulla de coronilla roja, de la que se estima que un tercio sobrevive en la DMZ; el ciervo de agua chino, y animales en peligro de extinción como linces, osos y focas, entre muchos otros. En total, los científicos coreanos cifran en 2.700 el número de especies que habitan aquí, de las cuales 67 ya no se encuentran en otro lugar.

Con los prismáticos ubicados en el observatorio de Dorasan, el último bastión surcoreano, convertido en un búnker que atrae al año a más de un millón de visitantes que buscan sentir el último espasmo de la guerra fría, no cuesta imaginar la vida en este edén natural. La frontera aparece como un inmenso bosque acotado por dos franjas ocres en las que se erige la muralla de alambre de espino. La mayoría de los visitantes, sin embargo, no buscan especies raras, y enfocan los binoculares hacia el "otro lado", donde es visible la bandera con el mástil más alto del mundo. Son 160 metros que sobresalen entre los edificios desnudos de Kijong-dong, una ciudad fantasma de cartón piedra construida por el régimen de Pyongyang para tratar de impresionar a Seúl con un bienestar ficticio.

No obstante, en el museo que se esconde bajo la fortificación decorada con pintura de camuflaje, los guías de este insólito tour "para descubrir el dolor de una nación dividida" sí que hacen hincapié en el valor ecológico de la Zona Desmilitarizada. Entre las maquetas de los complejos militares y las muestras del equipamiento bélico de los soldados, una pequeña sala da respuesta a una pregunta que pocos se hacen hasta introducirse en su interior. ¿Cómo sería la vida si el ser humano desapareciera del planeta? "El experimento ya se ha hecho y está frente a todos ustedes", explica Kim Youseon, uno de los encargados de la visita. "Es el lado positivo de la Guerra de Corea, porque, sin ella, la DMZ habría sido sobreexplotada como cualquier otro lugar en la península".

Hay que remontarse a 1953 para dar con la última ocasión en la que un ser humano pisó la DMZ. Ese año se puso punto y seguido a la guerra de tres años que enfrentó a comunistas y capitalistas en esta pequeña, pero extremadamente conflictiva, protuberancia de Asia. Las dos Coreas firmaron un armisticio por el que pausaban las hostilidades, aunque no ponían fin a la guerra, y sellaban el acuerdo por el que se aceptaba la partición por el paralelo 38 de la nación coreana para dar como resultado dos Estados de sistemas opuestos entre los que se erigiría la DMZ y, en el caso de Corea del Sur, también una Zona de Control Civil cuya baja densidad de población serviría como primera alarma, y frente avanzado, en caso de invasión.

Pero es necesario echar la mirada un lustro más atrás para entender las razones que llevaron a este acuerdo. El fin de la II Guerra Mundial supuso también el final de la brutal expansión imperialista japonesa, tanto en Corea como en otros países del continente. La rendición anunciada por el emperador nipón sonó a canto de libertad e independencia. Pero las grandes potencias mundiales no tardaron en cercenar la esperanza.

En 1948, Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido acordaron la división temporal de la península por el paralelo 38, pero dos años más tarde, tropas norcoreanas dieron comienzo a la invasión del sur con el beneplácito de soviéticos y chinos. Se materializó entonces la peor de las pesadillas. Estados Unidos entró en acción y la Organización de Naciones Unidas aprobó una resolución que legalizaba la respuesta americana. No obstante, las tropas estadounidenses no fueron capaces de contener a los comunistas, y solo la intervención del general MacArthur consiguió dar un vuelco a la situación cuando sus militares estaban ya casi fuera del mapa.

Con la renovada estrategia militar, la enseña de las barras y estrellas consiguió arrinconar en el norte al ejército norcoreano, que entonces pidió auxilio a sus vecinos chinos. Vuelta a empezar. En los tres años que duró la guerra de Corea, que no hizo sino devolver a ambos países a la casilla de salida establecida en 1948, Seúl cambió de manos en cuatro ocasiones y la actual Zona Desmilitarizada quedó plagada de minas y de otros artefactos explosivos que todavía suponen el principal riesgo para los animales que la habitan hoy, aunque los expertos consideran que la mayoría no tiene peso suficiente como para hacerlos detonar y que, posiblemente, casi todos hayan quedado inutilizados con el tiempo.

Aunque parezca contradictorio, la mayor amenaza que se cierne sobre los 1.000 kilómetros cuadrados de esta imprevista reserva natural es la posibilidad de que algún día las dos Coreas sellen la paz. El objetivo último de ambos Gobiernos es la reunificación de la península, algo que conllevaría el desmantelamiento de la DMZ y la libre urbanización de la Zona de Control Civil, donde el ecosistema todavía se mantiene relativamente indemne.

Organizaciones como DMZ Forum trabajan para conseguir que la zona sea catalogada como sistema coreano de biorreserva de paz, una iniciativa lanzada en 1994 que busca promover una aspiración casi utópica: que no sea el modelo de desarrollo actual el que se coma la Zona Desmilitarizada, sino que los valores preservados en esta franja sean los que sirvan de ejemplo para el desarrollo económico del futuro país unificado. Ello incluiría el establecimiento de un parque natural que podría ser explotado como destino de ecoturismo. Después de haber retirado el millón de artefactos explosivos que lo salpican, claro.

Para ello, DMZ Forum ha redactado una hoja de ruta que incluye "el estudio científico de cómo la naturaleza se recupera ante la ausencia de interferencia humana, la reintroducción de especies vegetales y animales en el resto del territorio y la puesta en marcha de un proyecto medioambiental conjunto que beneficie y sirva para fortalecer la paz entre ambos países".

Pero, hasta entonces, los habitantes de la Zona Desmilitarizada tendrán que continuar luchando por su supervivencia. Porque los seres humanos no pueden atacarlos, pero sí son vulnerables a las consecuencias de su forma de vida. "Al fin y al cabo, la DMZ no es una isla, y allí también afectan la contaminación atmosférica y la polución del agua", comenta Kim.

La Federación Coreana de los Movimientos Medioambientales (KFEM) le da la razón. A ambos lados de la frontera, diferentes iniciativas empresariales han provocado un aumento en la densidad de población y en los contaminantes de la tierra. En Paju, situado solo cinco kilómetros al sur de la Zona Desmilitarizada, el número de habitantes se ha doblado desde 2003 hasta superar los 300.000.

Al otro lado, a solo diez kilómetros de la alambrada, el complejo industrial de Kaesong es uno de los principales núcleos económicos de Corea del Norte. Aquí, un centenar de empresas, sobre todo surcoreanas, proporcionan empleo a más de 40.000 privilegiados trabajadores que forman parte del primer experimento capitalista del dictador Kim Jong-il. El objetivo final era el establecimiento de una Zona Económica Especial, al estilo de las que iniciaron el cambio en China, que empleara a más de medio millón de norcoreanos en 2012, pero las tensiones entre ambos países han frenado el proyecto y, según KFEM, han supuesto un balón de oxígeno para el paraíso natural de la DMZ.

Los integrantes del tour prestan poca atención a la información sobre las plantas que han sobrevivido a su extinción en el paralelo 38. Hay expectación por ver el lugar en el que la línea se reduce a su mínima expresión. En Panmunjeom, la frontera no es más que un escalón de cemento de unos 20 centímetros de alto. Soldados de ambas Coreas se miran, como escrutando sus pensamientos, en un escenario en el que parece como si se rodara una película histórica. Pero la tensión es aquí real y actual.

En el campamento Bonifas, el principal edificio de la Zona de Seguridad Compartida, se celebran las conversaciones de paz y se firman acuerdos. Salvo en las escasas ocasiones en las que se celebran reuniones diplomáticas, y en aquellos momentos en los que la tensión entre ambas Coreas escala hasta niveles peligrosos, los visitantes pueden recorrer las salas del complejo. Reina el silencio. El paralelo 38 es aquí reflejo de un infierno humano. Solo se escuchan el eco de las órdenes de los oficiales y los golpes secos de los fusiles. Aunque no llegue hasta aquí su sonido, no muy lejos canta la rara grulla de coronilla roja.

jueves

ARTICULOS

Arquitectura y 'vuvuzelas' VICENTE VERDÚ 17/06/2010 EL PAÍS

Más allá del interés que el grupo de los Jóvenes Artistas Británicos (Young British Artist) despertó hace unos años por el arte contemporáneo a través de sus extravagancias, sus procacidades y sus escándalos, la arquitectura ha logrado también protagonismo por sus extravagancias o sus espectáculos gigantes y, por si faltaba poco, por la fetidez de su burbuja.

Un congreso de arquitectos titulado Más por menos, al que han acudido tres premios Pritzker y medio millar de estudiantes y profesionales de toda índole, concluyó la semana pasada en Pamplona con este diagnóstico central: la crisis derriba ya el edificio estrella y en su solar crece la modestia y el pudor. ¿Una regresión? ¿Un destino antimediático? ¿Una maniobra sacrificial?

Guste o no a los muchos arquitectos que participaron en el acto amparado por la Fundación Arquitectura y Sociedad, los desmanes y griteríos de la arquitectura más radiante e inmediata han provocado, primero, la afonía y, después, el fin de su mejor pensamiento social de casi toda la vida.

Las alternativas que se presentaron en esta importante reunión, especie de catarsis bíblica y ceremonia inaugural de otra época, fijaron la atención sobre opciones y soluciones constructivas, diseños y nuevos materiales que, en conjunto, por su exposición ilusionada parecían pertenecer a un talante definitivamente sepultado bajo edificios como el Guggenheim de Gehry, el de la radiotelevisión china de Koolhaas o la Ciudad de las Ciencias de Calatrava. Edificios y complejos que han llenado de luces y colores la época de prosperidad y, como efecto, han llenado la cabeza de pájaros exóticos el porvenir de un sinfín de alumnos.

Todavía en exposiciones recién inauguradas, como la internacional de Shanghai, o que acaban de cerrarse, como la del Agua en Zaragoza, la presencia de construcciones inútiles, tan aparatosas como despilfarradoras, siguen ocupando la pista central. Pero la crisis económica y cultural en la que de golpe hemos llegado a precipitarnos ha orientado el pensamiento hacia recursos e ideologías que anteponen la vida real al efectivismo, la austeridad pacífica a la guerra de la magnificencia y la funcionalidad al malabar.

No todos los ponentes proclamaron este insurgente cambio de rumbo. Algunos de ellos, Pritzker y autores de obras mastodónticas como Piano o Herzog, desgranaron sus dudas sobre el carácter de un mundo mejor, pero otro Pritzker último, el australiano Glenn Murcutt, fue tan oscuro y pesado hablando como luminoso y estimulante en la presentación de sus edificios alternativos.

¿Alternativos? Nadie quería pronunciar la palabra "sostenibilidad", en parte porque si un edificio no se sostiene ¿qué clase de edificio puede ser? Y, en segundo lugar, porque la sostenibilidad ha venido pronto a convertirse en un concepto basura igualando el amor mismo por el desecho del que pretende servirse para vivir desde el detritus a la eternidad.

Mark Wigley, decano en la universidad de Columbia, fue quien perfiló la probable nueva figura del arquitecto que, no necesitando ya dibujar, no necesitando conocimientos técnicos para construir, no necesitando ser artista, puesto que todo ello va y viene del ordenador al tablero y del tablero al ordenador, puede transformarse en un actualizado intelectual tan inédito como oportuno. La visión habitacional de la sociedad, dentro y fuera de la Red, la ponderación de las relaciones a través del hábitat y, en suma, la observación de los espacios en los que nos comunicamos e interaccionamos, sitúa la figura del arquitecto en un privilegiado vigía para un armónico destino colectivo.

¿El arquitecto es un filósofo, un moralista? Y un sociólogo y un político, y tres o cuatro cosas más. Al congreso asistió también el muy tormentoso Slavoj Zizek, sociólogo, filósofo, psicoanalista, lacaniano, hegeliano y esloveno. De ningún modo el caos de su discurso eléctrico desentonaba con los calambres que la crisis ha producido aquí y allá pero, sobre todo, el continuo sonar de sus vuvuzelas teóricas se correspondían bien con las que, de una a otra punta del mundo, anuncian el paso de una fanfarria arquitectónica a una sencilla arquitectura de la honradez. O lo que es lo mismo: la sustitución del menos fotogénico, por la honesta genética del más.

sábado

ayer nuevamente murió la justicia

Este mundo de la injusticia globalizada

JOSÉ SARAMAGO 06/02/2002 obtenido del periódico EL PAÍS

Comenzaré por contar en brevísimas palabras un hecho notable de la vida rural ocurrido en una aldea de los alrededores de Florencia hace más de cuatrocientos años. Me permito solicitar toda su atención para este importante acontecimiento histórico porque, al contrario de lo habitual, la moraleja que se puede extraer del episodio no tendrá que esperar al final del relato; no tardará nada en saltar a la vista.

Estaban los habitantes en sus casas o trabajando los cultivos, entregado cada uno a sus quehaceres y cuidados, cuando de súbito se oyó sonar la campana de la iglesia. En aquellos píos tiempos (hablamos de algo sucedido en el siglo XVI), las campanas tocaban varias veces a lo largo del día, y por ese lado no debería haber motivo de extrañeza, pero aquella campana tocaba melancólicamente a muerto, y eso sí era sorprendente, puesto que no constaba que alguien de la aldea se encontrase a punto de fenecer. Salieron por lo tanto las mujeres a la calle, se juntaron los niños, dejaron los hombres sus trabajos y menesteres, y en poco tiempo estaban todos congregados en el atrio de la iglesia, a la espera de que les dijesen por quién deberían llorar. La campana siguió sonando unos minutos más, y finalmente calló. Instantes después se abría la puerta y un campesino aparecía en el umbral. Pero, no siendo éste el hombre encargado de tocar habitualmente la campana, se comprende que los vecinos le preguntasen dónde se encontraba el campanero y quién era el muerto. 'El campanero no está aquí, soy yo quien ha hecho sonar la campana', fue la respuesta del campesino. 'Pero, entonces, ¿no ha muerto nadie?', replicaron los vecinos, y el campesino respondió: 'Nadie que tuviese nombre y figura de persona; he tocado a muerto por la Justicia, porque la Justicia está muerta'.

¿Qué había sucedido? Sucedió que el rico señor del lugar (algún conde o marqués sin escrúpulos) andaba desde hacía tiempo cambiando de sitio los mojones de las lindes de sus tierras, metiéndolos en la pequeña parcela del campesino, que con cada avance se reducía más. El perjudicado empezó por protestar y reclamar, después imploró compasión, y finalmente resolvió quejarse a las autoridades y acogerse a la protección de la justicia. Todo sin resultado; la expoliación continuó. Entonces, desesperado, decidió anunciar urbi et orbi (una aldea tiene el tamaño exacto del mundo para quien siempre ha vivido en ella) la muerte de la Justicia. Tal vez pensase que su gesto de exaltada indignación lograría conmover y hacer sonar todas las campanas del universo, sin diferencia de razas, credos y costumbres, que todas ellas, sin excepción, lo acompañarían en el toque a difuntos por la muerte de la Justicia, y no callarían hasta que fuese resucitada. Un clamor tal que volara de casa en casa, de ciudad en ciudad, saltando por encima de las fronteras, lanzando puentes sonoros sobre ríos y mares, por fuerza tendría que despertar al mundo adormecido... No sé lo que sucedió después, no sé si el brazo popular acudió a ayudar al campesino a volver a poner los lindes en su sitio, o si los vecinos, una vez declarada difunta la Justicia, volvieron resignados, cabizbajos y con el alma rendida, a la triste vida de todos los días. Es bien cierto que la Historia nunca nos lo cuenta todo...

Supongo que ésta ha sido la única vez, en cualquier parte del mundo, en que una campana, una inerte campana de bronce, después de tanto tocar por la muerte de seres humanos, lloró la muerte de la Justicia. Nunca más ha vuelto a oírse aquel fúnebre sonido de la aldea de Florencia, mas la Justicia siguió y sigue muriendo todos los días. Ahora mismo, en este instante en que les hablo, lejos o aquí al lado, a la puerta de nuestra casa, alguien la está matando. Cada vez que muere, es como si al final nunca hubiese existido para aquellos que habían confiado en ella, para aquellos que esperaban de ella lo que todos tenemos derecho a esperar de la Justicia: justicia, simplemente justicia. No la que se envuelve en túnicas de teatro y nos confunde con flores de vana retórica judicial, no la que permitió que le vendasen los ojos y maleasen las pesas de la balanza, no la de la espada que siempre corta más hacia un lado que hacia otro, sino una justicia pedestre, una justicia compañera cotidiana de los hombres, una justicia para la cual lo justo sería el sinónimo más exacto y riguroso de lo ético, una justicia que llegase a ser tan indispensable para la felicidad del espíritu como indispensable para la vida es el alimento del cuerpo. Una justicia ejercida por los tribunales, sin duda, siempre que a ellos los determinase la ley, mas también, y sobre todo, una justicia que fuese emanación espontánea de la propia sociedad en acción, una justicia en la que se manifestase, como ineludible imperativo moral, el respeto por el derecho a ser que asiste a cada ser humano.

Pero las campanas, felizmente, no doblaban sólo para llorar a los que morían. Doblaban también para señalar las horas del día y de la noche, para llamar a la fiesta o a la devoción a los creyentes, y hubo un tiempo, en este caso no tan distante, en el que su toque a rebato era el que convocaba al pueblo para acudir a las catástrofes, a las inundaciones y a los incendios, a los desastres, a cualquier peligro que amenazase a la comunidad. Hoy, el papel social de las campanas se ve limitado al cumplimiento de las obligaciones rituales y el gesto iluminado del campesino de Florencia se vería como la obra desatinada de un loco o, peor aún, como simple caso policial. Otras y distintas son las campanas que hoy defienden y afirman, por fin, la posibilidad de implantar en el mundo aquella justicia compañera de los hombres, aquella justicia que es condición para la felicidad del espíritu y hasta, por sorprendente que pueda parecernos, condición para el propio alimento del cuerpo. Si hubiese esa justicia, ni un solo ser humano más moriría de hambre o de tantas dolencias incurables para unos y no para otros. Si hubiese esa justicia, la existencia no sería, para más de la mitad de la humanidad, la condenación terrible que objetivamente ha sido. Esas campanas nuevas cuya voz se extiende, cada vez más fuerte, por todo el mundo, son los múltiples movimientos de resistencia y acción social que pugnan por el establecimiento de una nueva justicia distributiva y conmutativa que todos los seres humanos puedan llegar a reconocer como intrínsecamente suya; una justicia protegida por la libertad y el derecho, no por ninguna de sus negaciones. He dicho que para esa justicia disponemos ya de un código de aplicación práctica al alcance de cualquier comprensión, y que ese código se encuentra consignado desde hace cincuenta años en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aquellos treinta derechos básicos y esenciales de los que hoy sólo se habla vagamente, cuando no se silencian sistemáticamente, más desprestigiados y mancillados hoy en día de lo que estuvieran, hace cuatrocientos años, la propiedad y la libertad del campesino de Florencia. Y también he dicho que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tal y como está redactada, y sin necesidad de alterar siquiera una coma, podría sustituir con creces, en lo que respecta a la rectitud de principios y a la claridad de objetivos, a los programas de todos los partidos políticos del mundo, expresamente a los de la denominada izquierda, anquilosados en fórmulas caducas, ajenos o impotentes para plantar cara a la brutal realidad del mundo actual, que cierran los ojos a las ya evidentes y temibles amenazas que el futuro prepara contra aquella dignidad racional y sensible que imaginábamos que era la aspiración suprema de los seres humanos. Añadiré que las mismas razones que me llevan a referirme en estos términos a los partidos políticos en general, las aplico igualmente a los sindicatos locales y, en consecuencia, al movimiento sindical internacional en su conjunto. De un modo consciente o inconsciente, el dócil y burocratizado sindicalismo que hoy nos queda es, en gran parte, responsable del adormecimiento social resultante del proceso de globalización económica en marcha. No me alegra decirlo, mas no podría callarlo. Y, también, si me autorizan a añadir algo de mi cosecha particular a las fábulas de La Fontaine, diré entonces que, si no intervenimos a tiempo -es decir, ya- el ratón de los derechos humanos acabará por ser devorado implacablemente por el gato de la globalización económica.

¿Y la democracia, ese milenario invento de unos atenienses ingenuos para quienes significaba, en las circunstancias sociales y políticas concretas del momento, y según la expresión consagrada, un Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? Oigo muchas veces razonar a personas sinceras, y de buena fe comprobada, y a otras que tienen interés por simular esa apariencia de bondad, que, a pesar de ser una evidencia irrefutable la situación de catástrofe en que se encuentra la mayor parte del planeta, será precisamente en el marco de un sistema democrático general como más probabilidades tendremos de llegar a la consecución plena o al menos satisfactoria de los derechos humanos. Nada más cierto, con la condición de que el sistema de gobierno y de gestión de la sociedad al que actualmente llamamos democracia fuese efectivamente democrático. Y no lo es. Es verdad que podemos votar, es verdad que podemos, por delegación de la partícula de soberanía que se nos reconoce como ciudadanos con voto y normalmente a través de un partido, escoger nuestros representantes en el Parlamento; es cierto, en fin, que de la relevancia numérica de tales representaciones y de las combinaciones políticas que la necesidad de una mayoría impone, siempre resultará un Gobierno. Todo esto es cierto, pero es igualmente cierto que la posibilidad de acción democrática comienza y acaba ahí. El elector podrá quitar del poder a un Gobierno que no le agrade y poner otro en su lugar, pero su voto no ha tenido, no tiene y nunca tendrá un efecto visible sobre la única fuerza real que gobierna el mundo, y por lo tanto su país y su persona: me refiero, obviamente, al poder económico, en particular a la parte del mismo, siempre en aumento, regida por las empresas multinacionales de acuerdo con estrategias de dominio que nada tienen que ver con aquel bien común al que, por definición, aspira la democracia. Todos sabemos que así y todo, por una especie de automatismo verbal y mental que no nos deja ver la cruda desnudez de los hechos, seguimos hablando de la democracia como si se tratase de algo vivo y actuante, cuando de ella nos queda poco más que un conjunto de formas ritualizadas, los inocuos pasos y los gestos de una especie de misa laica. Y no nos percatamos, como si para eso no bastase con tener ojos, de que nuestros Gobiernos, esos que para bien o para mal elegimos y de los que somos, por lo tanto, los primeros responsables, se van convirtiendo cada vez más en meros comisarios políticos del poder económico, con la misión objetiva de producir las leyes que convengan a ese poder, para después, envueltas en los dulces de la pertinente publicidad oficial y particular, introducirlas en el mercado social sin suscitar demasiadas protestas, salvo las de ciertas conocidas minorías eternamente descontentas...

¿Qué hacer? De la literatura a la ecología, de la guerra de las galaxias al efecto invernadero, del tratamiento de los residuos a las congestiones de tráfico, todo se discute en este mundo nuestro. Pero el sistema democrático, como si de un dato definitivamente adquirido se tratase, intocable por naturaleza hasta la consumación de los siglos, ése no se discute. Mas si no estoy equivocado, si no soy incapaz de sumar dos y dos, entonces, entre tantas otras discusiones necesarias o indispensables, urge, antes de que se nos haga demasiado tarde, promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su decadencia, sobre la intervención de los ciudadanos en la vida política y social, sobre las relaciones entre los Estados y el poder económico y financiero mundial, sobre aquello que afirma y aquello que niega la democracia, sobre el derecho a la felicidad y a una existencia digna, sobre las miserias y esperanzas de la humanidad o, hablando con menos retórica, de los simples seres humanos que la componen, uno a uno y todos juntos. No hay peor engaño que el de quien se engaña a sí mismo. Y así estamos viviendo.

No tengo más que decir. O sí, apenas una palabra para pedir un instante de silencio. El campesino de Florencia acaba de subir una vez más a la torre de la iglesia, la campana va a sonar. Oigámosla, por favor.

BpfcC 1.0

Hoy comienzo, verdaderamente/realmente/oficialmente, el primer paso hacia mi final de carrera maratón o media maratón. Ya que es sábado y no tengo plan, vaciaré mi mente y la rellenaré hora tras hora, hasta que el cuerpo aguante, de lucecitas. Los deberes son: repasar lo comentado en las jornadas, (no distraerme con gilipolleces ), empezar el "tocho de neila", ( no entrar en el facebook ), y buscar y rebuscar, de entre toda la red suspendida virtualmente a lo largo y ancho del mundo, un vértice de inspiración.

Les iré informando; comienza la aventura!

pdt: he escrito en una hoja mi previsión mensual y fecha de entrega y lo he guardado en un sobre lacrado ( como secuestrar en un baul a uno de lepe )

--- primera imagen, primer camino, primera tipiquez, primera paja mental ---




de la semana en el fin

en el fin de la semana

miércoles

VUELO

Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tuvo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.

miguel hernandez

el gran tute

el gran tute
y la vida al desnudo