Hoy me he levantado y he ido al Archivo de la Villa (en el edificio del antiguo cuartel del Conde Duque). Allí, he revisado el expediente de un edificio catalogado, paseado con mimo por los planos y documentación del 1948, comentando lo curioso de las diferencias entre el proyecto y la obra ejecutada (de mayor calidad), la importancia de los oficios en la época, la maestría del cantero... Un cine del 1950, una preciosidad de planos hechos a plumilla y una conversación interesante. Luego he llegado a casa y me he puesto a encajar las medidas que tomamos ayer, para recomponer el alzado del estado actual. Aquí hay que tener en cuenta los gruesos de los materiales, los sistemas constructivos de la época, el deje del estilo predominante, algo historicista pero empapado de cierto tufillo de estilo internacional en la fachada trasera. Medidas que van y que viene, que aportan datos y esclarecen lo que hay o hubo detrás.
Mientras, en el ordenador, comentaba via internet los gustos y disgustos de las escaleras; mejores y peores diseños, precios, ideas sobre ligereza, materiales más entonados o más bonitos, habilidad al fin y al cabo de un oficio que se cree que puede con todo y a veces puede. El oficio de los que se atreven a crear el lugar donde otros van a vivir. Me declaro enamorada de mi oficio: la arquitectura. Y la salvo, discúlpenme la franqueza, de todos aquellos tontos que malentienden lo bueno y lo confortable cambiándolo como si de un rastrillo se tratase por oros y brillos, eso no es arquitectura sino incultura. ¡No es arquitectura señores!. Arquitectura es, ese sitio en el que estuviste en el que te sentías a gusto y no sabías muy bien por qué, igual ni recuerdas como era, pero volverías. Esa casa que te acoje cada vez que vas, en la que no tienes nunca frio en invierno, ni calor en verano, ... Ese museo en el que todo parece mejor, al que vas una y mil veces, y recorres sin esfuerzo. Esa ciudad en la que se vive bien, por la que pasea la gente, de parque en parque, de casa en casa, esa mesa en la que siempre te apetece comer aunque tengas la del salón, ese color del estudio que te encanta, que te dá vida, esa ventana de luz por la mañana, ese bloque donde los trasteros están a mano, donde puedes dejar la bici, ese lujo de merendar en la azotea contemplando la ciudad y el verde vegetal en la nariz y esos grandes grandes sitios, cuando uno sin saberlo entra en Santa Sofia, y toca el cielo con los ojos y con el alma.
(es dificil simplificar un amor tan complejo por algo tan elaborado como es la arquitectura pero, no podía dejar pasar la ocasión de declararme a ella, ahora que parece que los que amamos este oficio somos meros amantes del dinero ¡ no señores !)
Mientras, en el ordenador, comentaba via internet los gustos y disgustos de las escaleras; mejores y peores diseños, precios, ideas sobre ligereza, materiales más entonados o más bonitos, habilidad al fin y al cabo de un oficio que se cree que puede con todo y a veces puede. El oficio de los que se atreven a crear el lugar donde otros van a vivir. Me declaro enamorada de mi oficio: la arquitectura. Y la salvo, discúlpenme la franqueza, de todos aquellos tontos que malentienden lo bueno y lo confortable cambiándolo como si de un rastrillo se tratase por oros y brillos, eso no es arquitectura sino incultura. ¡No es arquitectura señores!. Arquitectura es, ese sitio en el que estuviste en el que te sentías a gusto y no sabías muy bien por qué, igual ni recuerdas como era, pero volverías. Esa casa que te acoje cada vez que vas, en la que no tienes nunca frio en invierno, ni calor en verano, ... Ese museo en el que todo parece mejor, al que vas una y mil veces, y recorres sin esfuerzo. Esa ciudad en la que se vive bien, por la que pasea la gente, de parque en parque, de casa en casa, esa mesa en la que siempre te apetece comer aunque tengas la del salón, ese color del estudio que te encanta, que te dá vida, esa ventana de luz por la mañana, ese bloque donde los trasteros están a mano, donde puedes dejar la bici, ese lujo de merendar en la azotea contemplando la ciudad y el verde vegetal en la nariz y esos grandes grandes sitios, cuando uno sin saberlo entra en Santa Sofia, y toca el cielo con los ojos y con el alma.
(es dificil simplificar un amor tan complejo por algo tan elaborado como es la arquitectura pero, no podía dejar pasar la ocasión de declararme a ella, ahora que parece que los que amamos este oficio somos meros amantes del dinero ¡ no señores !)