El sol yace bajo
el poniente iracundo.
La humanidad descansa.
Leo y escribo, seguidamente.
Mi mano habla de mí,
mientras
mi ojo insolado persigue
un lapiz que no descansa
de su tarea.
El surco susurrado,
canto de una mano
sobre el papel.
Algunos recostado.
De fondo, el resto y
los acordes de Beirut
en el ukelele. El estracto
de lavanda emulsiona
en mis sudorosas palmas
y habita como un recuerdo
en mis sentidos.