viernes

Les 7 doigts de la main

Vuelvo absorta a casa enamorada de la magia.


El aire caliente en la cara.
Todo mi cuerpo no pesará mucho más de dos o tres céntimos y escribo por la calle. Voy andando.
El olor a calamar me separa más y más; la realidad de la más cruda Atocha.
Los olores mientras anochece.

Cojo el bus y poco a poco se van marchando, ya solo veo puntitos. Aún me llegan las fotos mentales del recuerdo: el piano y la ingravidez vuelven, las miradas de héroes de la Marvel. La sensación del colectivo, el aplauso y la risa, la emoción y el silencio.
La crónica. Como describir la magia. Lo bello en el instante que se mueve y desaparece, ya no se llama bello se llama emoción, sino llamarlo llanto.
Llega la Cibeles. Y me vienen de nuevo los intentos los sonidos del público, las miradas emocionadas entre el miedo y la euforia.
El silencio y la canción de amor a la guitarra.
El silencio y un vestido rojo que baila en el vacío. Que vuela con la melodía que lo lleva de la mano. Una guía.
Me observa un señor. He cogido el asiento cara al público y de espaldas al sentido de la vida. Frente a mí. Un gentleman me juzga frente a frente .
Colón. Ya se va deshaciendo la levedad; mi dedo meñique se asienta en la tierra. Ya me fijo en los vestidos de las señoras, en el ruido de sus perlas, traquetean cuenta a cuenta y un hombre apoyado en la barra de la puerta sonríe y habla. Sabidurías de la calle, historias desde la acera. Se apea, varado como su sirena; un tal Rubén Darío tiene presa una sirena.

Ya nadie observa cuando Darío baja. Ya cada cual mira por la suya y todos giramos.

Recuerdo lejano de lo sucedido.
“Y ahora se que aquello del amor era verdad”, la tierna Havalina.
El público de pie, toda la platea, tres salidas al escenario. Nos mirabas y nosotros aplaudiendo lo que habíamos mirado. Como ellos lo veían.
Ahora si que querían reconocernos. Fuera los héroes, solo la gente.

Philip, Antoine,…
Una señora se baja y allá va, junto a ella, la brizna última de mi cadencia.
Mi piel se seca por momentos. Ya se posa la polución y la preocupación.

Aún solo paseo fuera de mí, deseando vivir aún en mi ser circense, en mi necio rostro de inocencia, el más hondo y amable.

Me cambio de lado. Debo ver el camino y retomarlo. Volver a casa.


Aún noto hinchada la cabeza.


En la áspera urbe florecen tímidas amapolas.


Solo me apetece estar en silencio y pertenecerlo.
...

el gran tute

el gran tute
y la vida al desnudo