domingo

Q pido

Una velada cinéfila en nuestro círculo favorito con una libanesa de melena retorcida y cejas pobladas.
Aquellas cejuelas en apariencia desmesuradas se revelan, sin embargo, imprescindible para impedir que su mirada se eleve sin control a las nubes (lugar en el que habitamos ella y yo los martes, los jueves y algún que otro día inesperado).

En ocasiones nos ofrecieron rosas y nos llevamos las sobras a casa.

Hablamos de vuelta,
sobre mis amigas y mis amores,
mi familia y mis problemas...
y también en ocasiones,
lograba hablar un rato ella...

La acompañé al portal y huí.
Paseé de nuevo la Gran Vía. Al metro.
Las estaciones pasaban...

En mitad de los cuatro caminos subió con la mirada enfrascada en el pensamiento.
Desde ese momento el espacio que ocupaba su cuerpo pasó a ser el mayor de mis problemas.
Pendulábamos de un lado a otro del vagón. El objetivo mutuo era mirar sin coincidir, observar sin emocionar y entender cuanto sea posible entender mientras se exprime el volumen de aire que separaba nuestros deseos.

De abajo a arriba era todo un diseño perfecto y eso en cierto modo me inquietaba. Combinando como nadie dibujos en rombo y cuadros con capas de pana y algodón se sonreía y me sonreía entre el barrote del techo y el suelo negro de plástico.
Al final, un pelo corto y rizado que ocultaba unas gafas de pasta, unos ojos casi negros, una boca grande y rasgada y una nariz aplomada que le recorría el rostro arrojando cierta sombra.
Al final, unos deportivos elegidos, de ante y cordón, apoyados en equilibrio uno sobre otro y el otro sobre el uno a ritmo de jazz en el Blue Chicago.

Próxima estación. Tetuán. Su cuerpo se incorpora y le sigue su aire.

Salimos parejos del vagón, yo me adelanto, él me adelanta y al final le pierdo.
Cruza y sigue.
De pronto le busco y me estaba buscando. De pronto le miro y me mira. Vamos, cada uno en una acera, por las cosas de la vida.
De pronto le sonrío y me sonríe, De pronto me giro para mirar y él estaba mirando.

Avanzamos la calle.

Llegó mi desvío y lo cojo. Y le pierdo.

No pude parar de sentir aquel desvío y de desviar la mirada buscando en la calle aquel espacio perdido, aquel cruce fortuito y refrescante que me recordó, que no todo esta vencido.

Dice un proverbio libanés: abre los ojos !



el gran tute

el gran tute
y la vida al desnudo