miércoles

La vuelta del acústico

¿Con cuantos versos más puedo clamar a un amor imaginario?
¿Cuántas caricias vacías se guardan en una mejilla entumecida y cenicienta de sinsabores?


El archipiélago sesudo lanza un boicot acordado
en la plaza de la razón más inhumana.
El deleitoso graznido de una corbata acomplejada.
El “creerse sonreído” y cantar a la tuna sin medida.

La palabra, destiñe el sabor de un compas of constant sorrow
y redime en el hombre iracundo un sollozo ajeno.

Cuando vi caer el último plumaje categórico.
Cuando creí comer la última vitamina frigorífica.


Siendo un prensado garabato en pintura cubista,
un trozo pequeño de celo en tu abrigo de pelo de gata de angora.
Ya va siendo la hora de estrechar este cerco amarillo rupestre.
Por vez primera o a la segunda. Esperar ya no me basta.

Hilvanar con paciencia el pespunte de una luna de barro cocido.
No perdiendo nunca la costumbre; tan solo siguiendo un ser fingido.
Combinar de panthones nacarados tus cantadas baldosas amarillas
colgando las hojas caídas del otoño en un manto de cobre y carmín.

Ser de tierra, sed de aire enmarcado.


Herramienta tenebrosa. Colgué de antiguas prosas de martillo
mi ropa de trabajo, tomando a mi sastre las medidas oportunas.
Pretendiendo hervir las palabras de los necios en las claves del periódico,
cuando mi vecina miraba la eterna moda de las poses sostenidas del mundo.

Ayer vi caer el último plumaje categórico.
Ayer creí comer la última vitamina frigorífica.


Y creyó hallar un mapa de ruta,
pero eran tan solo dos en la terraza,
estaban cenando; faltaba la fruta.
Y Vetusta tocando valiente en el hervir de una taza.

Don Pelayo, hiéreme cabrón! No te tiendas,
no me dejes las manos pegadas. Me resisto
a esa perra poderosa, la fuerza de la costumbre
y la rueca de Penélope y su lapso maldito y cruel enumerado.

Ya no vi caer el último plumaje categórico.
Ya, ni creí comer la última vitamina frigorífica.

el gran tute

el gran tute
y la vida al desnudo