Mejor no tener memoria ni conciencia para no soportar la carga que nos deja lo vivido. Ese pesado equipaje de devenires nos acompaña a todos lados. De esto era muy consciente el chico con la maleta pegada a la cabeza.
La mirada en búsqueda y el pelo en huelga. Vaqueros y camiseta de neutro parecer sobre un cuerpo desdichado por vertical y anexo a una pequeña troller cargada de libros.
Llevaba cercano a las sienes la fatigosa vida del mundo, todos los momentos tristes vividos y soñados, las risas y la esperanza, escritos y padecidos por todos y cada uno de los seres de aquí y de cualquier lado imaginable. Más que una maleta aquello era un tesoro. Aquel bello suplicio respondía ante la llamada del curioso o el dubitante, solo ante estos seres las alas de la maleta se abrían y cambiaban de residencia posados en otro chico. Libre.