Los vecinos que se saludan, familiares,
la china haciendo que hace footing a noventa grados,
los ancianos caminando en fila india
en esa acera demasiado estrecha.
Las parejas del para siempre con las bolsas del mercado,
los jovenes jugando a la pelota en el quiebro en que la acera vence a la calzada.
El bar marroquí, su dueño y su disgusto musical.
El botón que nunca debió desabrocharse de la camisa del hortera.
La calle del naranjo.