Postrado estás, como la tarde. El sol
es un guerrero herido al que delata
su refulgente casco entre los árboles.
No tardará en llegar otro verano,
su lentitud te acerca a la memoria,
ese juego de luces y de fugas
que la ansiedad propicia. Esta naranja
descompuesta y manchada que es el día
te somete. Y los niños del jardín,
ajenos, te han devuelto con sus voces
un esplendor secreto, y en tus manos
descubres ese hueco donde hubo
algo extraño, y muy cierto, aquel sabor
que no consigues nunca concretar,
mas es intenso y te arrebata al fin.
Has sido siempre el corredor de fondo,
y las renuncias pesan, son las tardes
perdidas al cuidado de ese hombre
que hoy quisieras ser, Está sin nadie
la casa, y el balcón cercano al mar.
En grupo, alegres, pasan los muchachos
por las calles, parece que esperan
un raro paraiso que no llega
pues aún les acompaña, aunque lo ignoren.
Tú te asomas, recuerdas las mujeres
que ahora ellos desean, noches, bocas,
estrategias fallidas de tus manos,
y la vida que nunca se alejó.
Pero también esperas la fortuna,
quizá de otra manera, pues la intuyes
espléndida y vulgar como los días
que con su aspecto pobre te engañaron,
y la sabes aquí, y es un guerrero
herido, y esta calma, y este ardor
callado y soportable ante las cosas,
y este pasar mediocre de los años.