Es curioso, que justo hoy un argentino me hable desde un libro mientras otro haya sido elegido pápa.
Me quedo con el primero, Fresán, y con esto que me dice:
Sí, me negué a unirme a las huestes de Pilatos y de Judas -esos millones que se lavan las manos y venden barato y pronto su mejor parte, esa parte intacta y original de la infancia escondida entre los pliegues del ADN- y me consagré a una religión donde el tótem a idolatrar era ese territorio paradisiaco del que somos expulsados a los pocos años de haber llegado a él. La maldita y formidable niñez donde- al menos por un tiempo- nos sentimos inmortales y poderosos e irresponsables. Como Peter Pan.