Comienza, y yo voy de camino a casa.
Me despide un ensayo perfumado de naranjos, un aroma que nos conduce y anuncia para todos un sábado imperecedero. Encontrarte, encontrarnos con la mirada, en ese mismo punto de la maravilla es bailar y flotar a la vez y admirarte y quererte más cerca y tenerte como un tesoro. Una lágrima o dos cayeron ya, resvalando por la pureza del momento y la consciencia de una suerte capital para mí, de tenernos.
Ese aroma de naranjos.
Ese sábado que aguarda.
Me siento y Bach me guía en el trayecto. He cogido el metro y esta vez me ha gustado esperar, pues la espera equivale hoy a la protesta. Esperar por protestar como haré yo mañana. Abro la mochila y abro a Martín. Abro los ojos, los oidos, bajo un poquito la guardia. En un poema sobre el D.F., mi atención se acomoda en un grupo de palabras:
El agua en el vaso nunca deja de temblar,
por todas partes hay organillos anunciando el final
de los tiempos, o al menos el holocausto de la música,
las iglesias se hunden, los templos antiguos emergen
como si el responsable del fin del mundo
se estuviera desperezando
o hubiera decidido dejarlo todo en nuestras manos.
En silencio, una lágrima gigante y distinta se me derrumba.
Desear será difícil cuando mis ojos despierten en unas horas y aún me recorre esa lágrima gigante y cautiva. Mi cuerpo mañana irá, pero mi mente sin imagen ni sonido tiene una cita ineludible. Mi cuerpo, en cambio, le pertenece a la responsabilidad de mi familia. Mi conciencia no pudo sugetarlo y esa lágrima me sigue atravesando.
Ahora mi cuarto en el chisporroteo de unas velas y un atún con pisto en tupper de plástico de Daniel. No he cocinado en casa. He subido a oscuras las escaleras. He abierto la puerta y dentro, el caos. Mi madre con las luces de posición y aterrizaje del pasillo, mi padre radiando la huelga como el eco del televisor y mi hermano matando marcianitos en vez de proteger su futuro. Curioso el camino que nos lleva desde el banquillo de retaguardia hasta las filas de los convocados.
Ahora mi cuarto. Este boli y este cuaderno. Tú y yo, y la necesidad de sentirme en la lucha. Se me acabó la manzana y la hoja. Me cruzas y te aparto.Mañana estaré y no estaré. Pienso en los que conquistaron estas colinas. Pienso en mis abuelos, en mis bisabuelos. Paro. En mi madre, en mi padre, en diciembre que se acerca y sus noticias asesinas. Me faltan lágrimas y tinta y hojas.
Lo hablamos y venciste. Pero la mano era mía, como mía era la apuesta.
Hubiera amanecido con el suelo jalonado de velas rumbo a la cocina...
Hubiera prestado mi voz a los vencidos ...
Así hubiera sido.
Soplo y apago el candil. Definitivamente hoy no estoy sola.