Cuando era pequeña, estaba en el
pueblo con mis abuelos agotando el verano y vino un vecinito a pasar la tarde. Mi abuela, para contenernos
mientras ella tricotaba, nos propuso hacer un dibujo de la huerta. Minutos
después, con el dibujo aún fresco en la mano y segura de que los lazos sanguíneos
me darían una ventaja inapelable, le pregunté con arrogancia a mi abuela cual
de los dos dibujos le gustaba más; el del vecino o el mío. Mi abuela ipso facto dijo que el
de Nacho: el vecino, ya que había rellenado el dibujo con todos los trazos en
la misma dirección, minuciosamente, mientras que yo había corrido en exceso,
visualizando ya la humillación de mi rival y mi palmadita en la espalda,
descuidando el objetivo que era, por un lado, el gozo del proceso y por otro la
mejor elaboración posible del dibujo, dejando trazos en todas direcciones y
fragmentos del papel mal rellenados.
Tengo pocos recuerdos tan
grabados como ese. Nunca más volví a descuidarme así, nunca más, si pude hacer
algo al respecto, volví a trocar el supuesto placer del aplauso inmerecido por
el duradero poso de la constancia y el orgullo del esfuerzo.
No pretendo ser paladín de nada
pero cuando alguien alaba mi trabajo, algo que yo hago, no sé que responder.
Siento que en un trabajo bien hecho habita el mayor de los egoísmos y la mayor
de las generosidades. Diría un: - Espérate a mañana que intentaré hacerlo aún
mejor - o un sincero -gracias-. No es falsa modestia, no quiero quedar bien, no busco que
se insista en lo que se ha dicho, no pretendo desmentirlo, son opiniones y como
tales, duran lo que dura la brizna de aire que las trasmite.
Creo que hago las cosas como las
hago porque soy como soy (eso es lo que debería hacer y hace casi todo el
mundo, sin atender a los intereses que arrastra la sociedad), y eso, no deja de
carecer de mérito, pues hay poca elección consciente en nuestros impulsos y en
los rumbos que tomamos; apenas una opción entre opciones que se nos presentan o
un menos duro entre los caminos empedrados que debemos atravesar. Robert
Louis Stevenson dijo una vez: "Ser lo que somos y convertirnos en lo
que somos capaces de ser es la unica finalidad de la vida".
Si elegir o ser tuviera mérito, déjenlo pasar y no se desvíen. Somos lo que
somos y disfrutar es celebrarlo. No confío igual en el somos lo que somos y
alabar es celebrarlo. Creo que hay mucho de perjudicial en la alabanza vacía aunque entiendo que tu propia exigencia siempre debe bailar con las exigencias de los otros sin que las inseguridades salgan a la pista.
Prefiero antes que la alabanza el
cariño, abstracto e imperfecto, intemporal, bello, intransferible. Sin límites
ni caducidad a razón de logros o cuotas. Cuando das un beso o un abrazo no hay
manera de devolverlo, es un surco en el tiempo. Las palabras dulces, son solo
polvo sobre la tierra seca.
Prefiero la crítica; con su
rumbo, su recorrido y su futuro frente a la estática de lo perfecto, lo
alcanzado y lo premiado.
Prefiero el abrazo frente al
aplauso.
Si eso se percibe como que no
disfruto, como que no me dejo llevar, como que veo negro donde hay colores,
disculpen, disfruto muchísimo y agradezco sobremanera la compañía pero ustedes hubieran hecho lo mismo si sus abuelas no hubieran
elegido sus dibujos.