miércoles
domingo
26XII08-18I09
(ES NUESTRO MOMENTO. LLEGÓ NUESTRA HISTORIA)
Algo está cambiando. El color de los ojos con los que miro, los que expresan mi sorpresa. Están cambiando las verdades y los colores que corren tras el tiempo, que olvido cuando me poso frente al horizonte.
Los que eran niños como tú ahora se presentan como posibles hijos tuyos; perennes en las imágenes, en las pantallas. No como tú.
Las edades densas y maduras son nuestras edades.
Se descubren los pasteles, sus sabores arrojados a tu cara. Se descorren las cortinas y la gente no hace por buscar sino por disfrutar lo encontrado.
Mis ojos marrones ya solo ven verde y negro a cada paso. Solo verde a cada paso. Solo verde en los semáforos, en los carteles las ramas verdes con sus infinitas posibilidades. Podridas ramas verdes, negras de posibilidades.
Incertidumbre que tiñe el verde de oscuro casi negro.
Los coches y los chalets ahora son nuestros; los perros, las discursiones, el separador de basuras, los pagos del teléfono, los filtros usados de café. Todos nuestros; los problemas.
Una manta ya no es suficiente para no sentirse frío. Ya no llamas a tu madre ni dudas si estará cerrado el metro.
Has estado en callejones y desayunado en plazas, te sorprendieron propios y extraños, son familiares los transeúntes. Te has caído asiduamente frente al mismo prejuicio y has aprendido a volar sobre algunas aunque aún no sobre todas ellas, tristes y cotidianas preocupaciones.
Ya no sientes ajenos tus colores ni tu voz. Te reflejas en los espejos y en el suelo. Te han regalado flores y has vuelto llorando a casa.
Has perdido algún pendiente o un par de guantes y más de un calcetín se traspapeló entre las líneas de cierta novela arrojadiza.
Tus pasos taladran el adoquinado y pesan en la tierra firme. Cada vez más dudas a cada paso. Cada vez más pesados los pasos, más difíciles las dudas.
Y de vuelta para casa. Más sordos y feos. Sobre todo más borrachos.
La inconsistencia de lo simétrico en un mundo como este. Lo cierto del abismo que separa una boca de su palabra más amarga. Tu mirada y mi mirada que se dan el relevo apenas se tocan.
Un baile cómplice; conocer a los suegros; bañarse durante horas en la piscina sorteando a viejecitas suspendidas verticalmente, cercano ya su horizonte. Desarraigarse de un suelo que acecha y desenrosca la cicloide que maneja nuestro tiempo.
El tiempo del ¿ A dónde vamos ?.
Los hay que se resisten a establecerse y vagan por el mundo con una cerilla en la maleta buscando el paradigma del hogar. Objetivo respetable.
Aquellos que se adornan, colgando de su cuello de camisa un coche y un trabajo, maduros en busca de la madurez que se les resiste.
Tenemos los que aún, pobres míos, buscan respuestas a sus sueños y conviven con los que responden que no a su imaginación y se anclan a su “andar por casa”.
Disfruto contemplando a los intrépidos y los suicidas del carpe diem y jamás me cansaré de buscar entre los escombros aquellos, que como yo, observan y analizan distrayéndo la mente del desamparo de la fortuna. Títeres del tiempo y el lugar, manejados por lo oportuno.
Solo entre los solitarios siento calurosa compañía y me descubro sonriendo allá donde aterriza una mirada lasciva.
Quizá encontremos más allá de la última duda el abismo en que cuelgan los racimos de deseos que alguna vez dejamos por imposibles.
Allá donde pasta el unicornio.
Algo está cambiando. El color de los ojos con los que miro, los que expresan mi sorpresa. Están cambiando las verdades y los colores que corren tras el tiempo, que olvido cuando me poso frente al horizonte.
Los que eran niños como tú ahora se presentan como posibles hijos tuyos; perennes en las imágenes, en las pantallas. No como tú.
Las edades densas y maduras son nuestras edades.
Se descubren los pasteles, sus sabores arrojados a tu cara. Se descorren las cortinas y la gente no hace por buscar sino por disfrutar lo encontrado.
Mis ojos marrones ya solo ven verde y negro a cada paso. Solo verde a cada paso. Solo verde en los semáforos, en los carteles las ramas verdes con sus infinitas posibilidades. Podridas ramas verdes, negras de posibilidades.
Incertidumbre que tiñe el verde de oscuro casi negro.
Los coches y los chalets ahora son nuestros; los perros, las discursiones, el separador de basuras, los pagos del teléfono, los filtros usados de café. Todos nuestros; los problemas.
Una manta ya no es suficiente para no sentirse frío. Ya no llamas a tu madre ni dudas si estará cerrado el metro.
Has estado en callejones y desayunado en plazas, te sorprendieron propios y extraños, son familiares los transeúntes. Te has caído asiduamente frente al mismo prejuicio y has aprendido a volar sobre algunas aunque aún no sobre todas ellas, tristes y cotidianas preocupaciones.
Ya no sientes ajenos tus colores ni tu voz. Te reflejas en los espejos y en el suelo. Te han regalado flores y has vuelto llorando a casa.
Has perdido algún pendiente o un par de guantes y más de un calcetín se traspapeló entre las líneas de cierta novela arrojadiza.
Tus pasos taladran el adoquinado y pesan en la tierra firme. Cada vez más dudas a cada paso. Cada vez más pesados los pasos, más difíciles las dudas.
Y de vuelta para casa. Más sordos y feos. Sobre todo más borrachos.
La inconsistencia de lo simétrico en un mundo como este. Lo cierto del abismo que separa una boca de su palabra más amarga. Tu mirada y mi mirada que se dan el relevo apenas se tocan.
Un baile cómplice; conocer a los suegros; bañarse durante horas en la piscina sorteando a viejecitas suspendidas verticalmente, cercano ya su horizonte. Desarraigarse de un suelo que acecha y desenrosca la cicloide que maneja nuestro tiempo.
El tiempo del ¿ A dónde vamos ?.
Los hay que se resisten a establecerse y vagan por el mundo con una cerilla en la maleta buscando el paradigma del hogar. Objetivo respetable.
Aquellos que se adornan, colgando de su cuello de camisa un coche y un trabajo, maduros en busca de la madurez que se les resiste.
Tenemos los que aún, pobres míos, buscan respuestas a sus sueños y conviven con los que responden que no a su imaginación y se anclan a su “andar por casa”.
Disfruto contemplando a los intrépidos y los suicidas del carpe diem y jamás me cansaré de buscar entre los escombros aquellos, que como yo, observan y analizan distrayéndo la mente del desamparo de la fortuna. Títeres del tiempo y el lugar, manejados por lo oportuno.
Solo entre los solitarios siento calurosa compañía y me descubro sonriendo allá donde aterriza una mirada lasciva.
Quizá encontremos más allá de la última duda el abismo en que cuelgan los racimos de deseos que alguna vez dejamos por imposibles.
Allá donde pasta el unicornio.
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